El Día que el Cielo se Pintó de Verde

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Era una tarde como cualquier otra en la Ciudad de México. Salía de la oficina, cansado después de un largo día de trabajo. El tráfico era un caos, como siempre. Tomé un atajo por las calles del Centro Histórico, con la esperanza de llegar más rápido a la estación del metro.


De pronto, sentí un mareo intenso. El mundo giraba a mi alrededor, las piernas me flaqueaban, y un dolor de cabeza punzante me invadió. Todo se volvió borroso, y luego… oscuridad.


Cuando abrí los ojos, seguía caminando por la misma calle. “Qué raro”, pensé, “debo haberme desmayado por un momento”. Pero algo no encajaba. Las fachadas de las casas eran diferentes, los letreros de las tiendas estaban escritos con letras que no reconocía, y la gente que pasaba a mi lado hablaba en un idioma que no entendía.


Intenté preguntar a un señor que vendía tacos en la esquina: “¿Disculpe, dónde estoy?”. Él me miró con extrañeza y respondió algo que sonaba como un idioma extranjero. Me sentí perdido, desorientado.


Decidí volver a casa, pero al llegar a mi edificio, me di cuenta de que algo andaba mal. La puerta de entrada era diferente, el color de las paredes no era el mismo, y el número de mi departamento no estaba. Subí las escaleras con el corazón latiendo a mil por hora. Al abrir la puerta, me encontré con un departamento que no era el mío. Los muebles eran distintos, la decoración era ajena, y no había rastro de mis pertenencias.


En ese momento, escuché la puerta abrirse. Una señora mayor entró al departamento y, al verme, comenzó a gritar en un idioma incomprensible. Traté de explicarle que vivía ahí, que no sabía qué estaba pasando, pero mis palabras no tenían sentido para ella. La señora, asustada, llamó a la policía.


En cuestión de minutos, la calle se llenó de patrullas. Los policías me rodearon, apuntándome con sus armas. Intenté hablarles en español, pero me miraban como si estuviera loco. Me esposaron y me subieron a una patrulla.


Mientras me llevaban a la comisaría, un policía joven se acercó a mí. Me miró con curiosidad y me preguntó en un español con acento extraño: “¿De dónde vienes? No te entiendo”.


Le expliqué que no sabía qué había pasado, que de pronto todo era diferente, que no entendía el idioma ni reconocía el lugar. El policía me escuchó con atención y luego, con un tono de voz bajo, me dijo: “Creo que… has llegado del otro lado”.

“¿Otro lado?”, pregunté con incredulidad.

“Sí”, respondió el policía, “otro mundo”.

Me explicó que existían diferentes realidades, mundos paralelos que coexistían en diferentes dimensiones. De alguna manera, yo había cruzado la barrera entre mi mundo y este.

Me aconsejó que tuviera cuidado, que no llamara la atención, y que buscara la forma de volver a mi realidad. Me dijo que él creía en mi historia, pero que no podía ayudarme abiertamente, ya que sería tomado por loco.


Esa noche, en la celda de la comisaría, no pude dormir. La cabeza me daba vueltas, tratando de comprender lo que había sucedido. ¿Realmente estaba en otro mundo? ¿Cómo había llegado aquí? ¿Cómo volvería a mi hogar?


Al día siguiente, durante el traslado a los juzgados, aproveché un descuido de los policías y logré escapar. Corrí por las calles, sin rumbo fijo, tratando de alejarme lo más posible de la comisaría.

Mientras corría, vi un destello verde en el cielo. Era un resplandor intenso, que se expandía rápidamente. Sentí un mareo, un déjà vu, y luego… oscuridad.


Cuando desperté, estaba en mi cama, en mi departamento. Todo era como lo recordaba. El reloj marcaba las 7 de la mañana. Me levanté, me duché, y fui a trabajar como si nada hubiera pasado.


Pero sabía que la experiencia vivida no había sido un sueño. El recuerdo del cielo verde, de las letras extrañas, del idioma incomprensible, del policía que me habló de “otro lado”… todo era real.


Desde ese día, veo el mundo con otros ojos. Sé que hay misterios que la ciencia no puede explicar, realidades que escapan a nuestra comprensión. Y a veces, cuando miro al cielo, me pregunto si en algún lugar allá afuera, en otro mundo, existe otra versión de mí mismo, viviendo una vida diferente.

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